Frontera ferroviaria entre Hungría y Serbia, al sur de la localidad de Kelebia. La barrera metálica de 175 km tiene aquí una puerta. El tren se detiene. Se abre la puerta, bajo la atenta mirada de un grupo de militares húngaros, colocados en el camión que se ve a la izquierda. Pasado el tren, la puerta vuelve a cerrarse y entramos en territorio serbio. He podido vivir hoy en directo lo que tantas veces hemos leído estas semanas atrás en los periódicos y visto en las cadenas de televisión. Pero por mucha información previa que se tenga, verlo en el propio lugar impresiona mucho más. Esa valla metálica tiene concertinas de púas a ras de suelo y en la parte superior, Es infranqueable. Además, por el lado de Hungría, hay un ancho pasillo en el que se ha despejado toda la vegetación y por donde transitan unidades militares. No estamos en los años del Telón de acero que dividió a Europa durante décadas. Esta frontera es de la Unión Europea. No he podido por menos que recordar aquel otro muro divisorio que crucé varias veces en los años 60 del pasado siglo. Aquél sólo tenía un añadido más: la franja de terreno estaba también minada. De momento aquí no hemos llegado a tanto. Pero antes de pasar por ese punto hemos recorrido bastantes kilómetros en tren pues el viaje ha comenzado en la estación de Budapest-Keleti a las 10 de la mañana.
Ya con el tren circulando trato de confirmar la información y al cabo de un rato el interventor me comunica que no habrá autobús sino que en Kelebia estará el tren serbio en la vía al otro lado del andén de llegada. El control de la policía húngara se hará allí.
Me muevo a lo largo del largo del tren y cuento 19 personas. Curiosamente, al comprar el billete me indicaron que tenía que pagar la reserva: 3 euros. Como sólo 3 personas de todas esas cambiaron de tren en la frontera, tengo la impresión de que por 3 euros compré el tren entero.
De arriba abajo: la estación de Budapest-Keleti a primera hora de la mañana, esperando que pongan la vía de nuestro tren. Interior del departamento en el que me acomodé, con dos viajeros que se apearon enseguida, y el largo tren desde el último coche
El interventor tenía tan poco trabajo hoy que enseguida se vino a charlar conmigo y a preguntarme por los trenes de alta velocidad en España y otros países europeos. Después me llevó a la cabina de cola para enseñarme el puesto de conducción y explicarme con detalle lo que hace el maquinista. Le pregunté por los problemas de los refugiados y me cuenta que ese tren venía abarrotado de ellos hasta que se les prohibió pero entonces se lanzaron a caminar por las vías lo que provocaba no pocos problemas a las circulaciones.
Después vino la valla, los refugiados fueron expulsados de Budapest y buscaron otro camino desde Serbia a través de Croacia para ir a Alemania.
Poco después de la 1 del mediodía llegamos a la estación de Kelebia.
Nuestro tren está situado a la derecha del andén y a la izquierda el serbio. Cambiamos de tren mientras cinco policías húngaros observan atentamente desde fuera. Cuando ya estamos todos en el interior, cierran las puertas y entran a revisar la documentación. Los pasaportes son sellados tras pasarlos por máquinas lectoras que lleva la patrulla. Enseño el DNI. Lo miran atentamente y me lo devuelven si más comentarios. Al tren serbio han subido también unas seis personas que aguardaban en la estación.
Como en todo ese tramo hay sólo vía única debemos aguardar la llegada de un tren de mercancías desde Serbia. Mientras, nuestro tren es vigilado desde el exterior.
Llega el mercante e iniciamos lentamente la marcha a la frontera. A lo lejos veo que comienzan a revisar los bajos de ese tren.
A un par de kilómetros de Kelebia cruzamos la valla metálica. No hay ni rastro de obras. Me temo que resulta más fácil controlar la frontera ferroviaria si los viajeros son obligados a cambiar de tren.
Pero no es éste el lugar donde ahora hay más problemas. Mi contacto en la zona me escribe ahora mismo para informarme de que en la frontera entre Croacia y Hungría, concretamente en la localidad de Magyarbóly, hay un tren de 10 coches con casi mil refugiados detenido desde el 18 de septiembre. Las autoridades húngaras le han puesto calzos al tren para que no pueda moverse. Mientras, los maquinistas croatas van de vez en cuando a arrancar la locomotora para que no se estropee. Más información sobre esta esperpéntica situación en este enlace.
Tren de refugiados detenido en la frontera entre Croacia y Hungría, con casi 1.000 personas, desde el 18 de septiembre
En Subotica se reproduce el control policial por parte de la policía serbia. Mucho menos riguroso y más relajado. Estamos en otro país, ya fuera de la Unión Europea.
Estación de Subotica
Una vez pasado el control policial abren las puertas del vestíbulo y muchos viajeros que aguardaban dentro accedieron al tren. Por el lado de las vías veo varios trenes de mercancías aguardando para cruzar la frontera hacia Hungría. Se repetirá una y otra vez la misma ceremonia: apertura de verja, paso del tren, cierre de la puerta y revisión de los bajos del tren en Kelebia.
Mercantes estacionados en Subotica aguardando turno para entrar en territorio húngaro
Prueba de que estamos aquí ya en otro mundo es lo que me ha tocado ver cuando pasó el interventor revisando los billetes. Al otro lado del pasillo, una fila de butacas más adelante, un par de viajeros que han subido deprisa y a última hora, mientras bebían latas de cerveza, comentan algo entre ellos. Viene el interventor y veo que uno de ellos le tiende un par de billetes de dinares serbios. El interventor hace como que mira el libro de tarifas, se lo acerca y el viajero mete los billetes entre las páginas. No se extiende ningún billete. El interventor sigue sin inmutarse su trabajo que tendrá hoy un extra monetario.
Ya son las dos de la tarde y nos quedan 4 horas para llegar a Belgrado a donde arribamos ya casi anochecido. Tras comprar unos billetes para ir en tren a Sofia, dejo el equipaje en el cercano hotel y me voy al lugar vecino a la estación donde, en unos parques, acampan centenares de refugiados en sus tiendas de campaña. Hablo con varios afganos y sirios, mientras algunos meten sus maletas en un autobús para ir a Alemania, a través de Croacia, Eslovenia y Austria. Entre ellos pululan varios conductores de coches ofreciendo precios desorbitados para llevarlos lejos. La oscuridad del lugar y el ajetreo que hay por allí no son precisamente el mejor escenario para una conversación más tranquila. Me vuelvo al hotel a escribir estas apresuradas líneas. Mañana será otro día. (MAM)