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Los países bálticos, paraíso turístico (y III): Estonia

2 de septiembre de 2014


Estas dos fotos están tomadas en dos barrios distintos de la ciudad de Tallinn, la capital de Estonia. La primera es de una de las muchas casas de madera situadas en el barrio de Kopli, cuyos habitantes se dedicaron en otros tiempos a la pesca y a la construcción de buques de madera. La segunda es de la parte moderna del distrito de Kesklinn, el pujante centro financiero de una ciudad que ha roto todos los moldes entre las capitales del Báltico y se ha lanzado hacia la tecnología, los negocios y la actividad de servicios empresariales y comerciales. Tras haber pasado unas semanas en Lituania y Letonia, tomamos un moderno tren suizo en la estación fronteriza de Valga para llegar unas horas después a Tallinn.

Estonia, una Suiza ferroviaria en el norte de Europa

7 de agosto de 2014

Ante esta ordenada formación de trenes de fabricación suiza- de Stadler- quizá el lector pensase que nos habíamos trasladado al país helvético. Pero no, estamos en Tallinn, la capital de Estonia, y lo que aquí vemos son trenes en las vías de su estación central. Trenes modernos, puntuales, impecables, estaciones todas ellas diseñadas con el mismo patrón arquitectónico. Interventores que te venden el billete en el tren, incluso con tarjeta de crédito, personal ferroviario que te puede hablar en inglés o en ruso, aparte de en estonio. Con todos esos indicios no es fácil concluir que estamos en un país nórdico donde se han introducido las costumbres más cívicas en todo su mundo ferroviario, hasta el punto de causar admiración en quienes lo visitan. Quien esto escribe, aunque ya estuvo en Tallinn en épocas pasadas, no ha podido sustraerse a este ambiente de modernidad que también impregna su vida ciudadana.


70 aniversario de la batalla del puente ferroviario de Narva (Estonia)

26 de julio de 2014

Estoy frente a ese puente en la ciudad de Narva, Estonia, en la misma frontera con Rusia, cuyo territorio está en la parte izquierda del estribo del puente. Hoy hace exactamente 70 años que terminó la batalla por la conquista de ese puente, entre las tropas alemanas y las soviéticas para el control del corredor de San Petersburgo. Debajo de esa estructura corre el río Narva y a mis espaldas están las construcciones de esa ciudad, hoy la tercera en población de Estonia. Miro a un lado y al otro del puente. Del lado ruso, policías dotados de armas largas vigilan que nadie transite por él, salvo el personal que atiende el paso de los trenes. En la parte occidental, otro policía fuma mirando con poco interés el paisaje desde su garita. Por si acaso me sitúo en un ángulo en el que ni unos ni otros pueden ver que hago fotos del puente. Espero inútilmente que pase algún tren. El calor es considerable y el sol cae a plomo sobre mi cabeza sin que se vislumbre una nube. En este mes de julio los días son muy largos en estas latitudes. Me aterra pensar que el control de ese puente se llevó por delante la vida de 12.000 soldados, además de unos 65.000 civiles. El silencio domina ahora el paisaje, roto sólo por el zumbido de las turbinas de la central eléctrica rusa situada en la misma orilla del río. Unos metros más abajo unos chavales retozan en la hierba y se bañan alegres en las aguas. Seguramente más de uno de sus familiares dejaron aquí sus vidas, pero 70 años diluyen las tragedias. Quizá ni oyeron hablar de la tremenda batalla que se libró en este lugar. Pero aquí estoy para contarlo y un cosquilleo me recorre la espalda.