Estas dos fotos muestran dos imágenes muy distintas del ferrocarril en Cuenca, tomadas el mismo día y con escasa diferencia horaria. En la superior, la estación de Cuenca que vio llegar el ferrocarril en 1885 desde Aranjuez. La segunda, un ángulo del moderno edificio de la estación de alta velocidad Cuenca-Fernando Zóbel, con la ciudad a lo lejos, inaugurada en 2010 junto a la línea de alta velocidad Madrid-Valencia.
Y en estas otras dos imágenes de material ferroviario vemos, en la primera de ellas, uno de los coches con los que MZA comenzó el servicio en la línea, que entonces concluía aquí (Fotografía: Archivo histórico de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles) y en la segunda moderna unidad de alta velocidad S-130, de Renfe, en la estación de alta velocidad, de las que sirven actualmente destinos entre Madrid y Alicante o Castellón, con parada en Cuenca-Fernando Zóbel. Tradición y modernidad que están presentes no sólo en lo ferroviario sino también en otros aspectos de esta ciudad castellana.
Debió de ser a finales de los años 60 cuando hice mi anterior viaje en tren a Cuenca. Del trayecto de ida apenas recuerdo nada pero en el de vuelta tuvimos un percance: la locomotora de vapor que arrastraba el tren atropelló en las proximidades de Huete a un rebaño de ovejas dejándonos en medio de la vía durante bastante tiempo hasta que consiguieron retirar la masa de restos de entre las ruedas del tren. Quizá el recuerdo de aquel viaje, el retraso, la incidencia y el excesivo tiempo de trayecto hizo que a partir de entonces cambiara el tren por el autobús, primero, y luego por el coche en las excursiones a Cuenca. Y así fue hasta hace muy pocos días en que decidí volver, al día siguiente de haber estado en Segovia. Y no sería el único que tendría la misma idea, porque un grupo de japoneses que había visto en el trayecto de vuelta de Segovia me los volví a encontrar en el de Cuenca.
Porque quería pasar el día en la ciudad de las casas colgadas y no en el camino, mi viaje fue en un tren de alta velocidad: menos de una hora, frente a más de 3h si hubiese tomado el tren por el antiguo trazado.
Porque quería pasar el día en la ciudad de las casas colgadas y no en el camino, mi viaje fue en un tren de alta velocidad: menos de una hora, frente a más de 3h si hubiese tomado el tren por el antiguo trazado.
Uno de los automotores diésel que hacen el servicio entre Madrid y Valencia por Cuenca atravesando el paso superior sobre una calle conquense
Para hacer menos apetecible el viaje en un tren diésel por Aranjuez, Renfe ha programado ese trayecto con enlace de tal forma que entre semana hay que ir hasta Aranjuez en un tren de Cercanías y tomar allí el de Cuenca, cuyo recorrido se prolonga también hasta Valencia en un viaje de más de 6 horas, viaje muy interesante para excursionistas y amantes de los largos trayectos en tren, por los parajes que atraviesa.
Apenas tuve tiempo de repasar mentalmente el recorrido que quería hacer en Cuenca cuando ya estábamos en la estación de Fernando Zóbel.
¿Pero qué personaje era Fernando Zóbel y cuál es su vinculación con Cuenca? Zóbel fue un pintor modernista nacido en Manila en 1924 que se trasladó a España y, tras algún tiempo en nuestro país, plasmó en su pintura colores y formas que lo han hecho famoso. Enamorado de los paisajes de Cuenca, creó en esa ciudad el Museo de Arte Abstracto Español, precisamente en un edificio cuya trasera da a la Hoz del Huécar y presenta en esa fachada unos magníficos ejemplares de casas colgadas. Allí se puede admirar entre otros pintores, gran parte de su colección permanente. Zóbel y su Museo han hecho famosa a Cuenca que ahora tienen ahí un excelente reclamo para el turismo, entre otros alicientes, como podemos ver enseguida. En homenaje a su persona y a su obra, se le ha dedicado la estación de alta velocidad, cuando se inauguró la nueva línea de Valencia.
Todo en Cuenca se encuentra a caballo entre la tradición y la modernidad, como a caballo lo está también el casco antiguo, entre las hoces de los ríos Júcar y Huécar, o su ferrocarril convencial y de alta velocidad, en una sinfonía de arquitectura, paisajes, colores, tecnología y calles empinadas que cautiva nada más adentrarse en ella. Y como más se disfruta es llegando en tren y dejándose llevar por el callejero urbano, sin la preocupación por pensar dónde vamos a dejar el coche, tarea no precisamente fácil.
La llegada por la estación de alta velocidad, al estar en alto, permite ver esta panorámica de la ciudad, con su antiguo casco urbano en la zona más empinada, que merece dedicarle un tiempo de contemplación, si no urgiera tomar el autobús que traslada a los viajeros justo al lado de donde se encuentra la estación antigua.
Contraste entre el ayer y hoy, lo tradicional y lo moderno. El mismo medio de transporte pero con 125 años de diferencia. Ambos llegan, pero con distinto ritmo.
Desgraciadamente, Fernando Zóbel falleció en 1984 sin llegar a contemplar esta dicotomía tecnológica pero la anticipó situando un museo de arte abstracto en un edificio en el que se mezcla lo gótico, lo mudejar y la arquitectura popular del siglo XV, junto a la imaginativa posición de los miradores, volados sobre el paisaje.
Como el autobús de enlace desde la estación deja al viajero en la parte nueva de la ciudad, hay que recorrerla para trasladarse al casco antiguo. Conviene disfrutar de ese paseo en llano porque lo más duro está por venir. De todas formas, los turistas menos propensos al ejercicio físico tienen una eficiente red de autobuses urbanos que recorren la Cuenca de ayer y de hoy. El frío glacial que se cernía sobre la ciudad en este día de finales de febrero hacía más confortable y apetecible el paseo.
En este lugar, denominado Puerta de Valencia, debemos decidir el camino inicial: hacia el frente el casco antiguo, a la derecha la Hoz del Huécar con sus paisajes y sus sorpresas entre tradición y modernidad, a la izquierda, a la Hoz del Júcar donde el río se hace caudaloso y los contrastes espectaculares. Aconsejo caminar hacia el frente, o sea hacia arriba, que ya habrá tiempo de ver lo demás.
Antes de subir hay que mirar el entorno y a los pies está el Huécar, casi un aprendiz de río, encauzado en el tramo urbano.
¿Por dónde subir? Si la ganas de trepar del viajero son muchas, puede elegir el camino abrupto y acortar por las muchas escaleras que encontrará en su camino. Si prefiere un paseo más suave encontrará fácilmente la calle que utilizan los autobuses y puede hacerlo con más comodidad y sosiego.
En todo caso podrá deleitarse con los contrastes entre la piedra austera de los monumentos y edificios históricos y la algarabía de colores de las viviendas populares, como si un Zóbel imaginario se hubiese paseado con sus pinceles en la oscuridad de la noche, dando toques acá y allá hasta agotar el cromatismo de su paleta.
Y ahora llegaremos enseguida a la Plaza Mayor donde continua la sinfonía de colores aunque mezclada ya con los monumentos más señeros.
Si el viajero es curioso y observador, se habrá topado en la subida con este letrero que invita a recorrer un túnel de 90 metros utilizado durante la Guerra Civil para refugio de la población. Forma parte del proyecto de la Cuenca subterránea, siendo hasta ahora el único visitable.
Pero no nos alejemos mucho del primer hito monumental de nuestra paseo por Cuenca: la Plaza Mayor. Para acceder a ella tendremos que hacerlo bajo los arcos de la Casa Consistorial, de estilo barroco de la época de Carlos III. Esta imponente fachada sólo podremos verla una vez entrado en la plaza y volviendo la vista atrás. Ahí, a la derecha, tenemos también la Oficina de Turismo principal.
La plaza a la que se accede no tiene forma cuadrada sino de pentágono y en uno de los lateral está la Catedral, cuyo estilo franco-normando desconcierta a quienes han visto en España muchas catedrales de distintas épocas. Remitimos al lector ávido de más datos a esta interesante y pormenorizada descripción de sus características interiores y exteriores.
Conviene ahora, antes de seguir adelante, que reparemos en una pequeña y recoleta plaza lateral en la que junto a una estatua de Alfonso VIII se nos relata en una lápida el hecho más trascendental de la historia de Cuenca que es, además, un referente en la Historia del Derecho español.
Nos estamos refiriendo a la conquista de Cuenca a los árabes y al otorgamiento del Fuero de Cuenca. Por la importancia que ese hecho tiene, nos ha parecido relevante enlazar su texto completo, para los estudiosos del Derecho.
Los alrededores de la Plaza Mayor presentan calles empinadas, con edificios medievales o renacentistas y antiguos conventos, varios de los cuales se han transformado hoy en hoteles y alojamientos turísticos.
Podemos optar por subir hasta el castillo-fortaleza, cuyas ruinas son una atalaya sobre la ciudad.
O detenernos en las vistas sobre la Hoz de Huécar que nos brinda esa fachada del casco antiguo, desde los pequeños miradores.
Precisamente, uno de los edificios que se divisan desde ahí es el Parador de Turismo, situado en el antiguo convento de San Pablo, original del siglo XVI.
Aparte de su acceso normal por carretera, una pasarela metálica peatonal no apta para personas con vértigo nos traslada desde el casco antiguo al parador.
El laberinto de calles y plazas de la zona vieja, en todas las cuales hay algo interesante que reseñar, haría interminable esta entrada: centenares de fotografías quedaron en mi cámara y sólo dejaría constancia de una de ellas, antes de seguir adelante.
Es el convento e iglesia de La Merced, donde ya el barroco anuncia una nueva etapa en la construcción monumental de Cuenca.
Había transcurrido ya la mayor parte de la mañana y apetecía bajar hasta el fondo de la Hoz del Huécar en busca del Auditorio de Cuenca, situado junto al cauce del río y que representa otro detalle de modernidad en medio de la tradición milenaria de la ciudad.
Precisamente estos días tiene lugar ahí la Semana de la Música Religiosa, que convoca anualmente a muchas personas de todas partes en su sala principal.
Para llegar hasta allí hay un delicioso paseo por la Hoz, que permite contemplar desde abajo con otra perspectiva lo que hemos visto desde arriba.
Precisamente, el restaurante del propio Auditorio permite contemplar toda la fachada urbana de la Hoz del Huécar mientras se degusta la cocina tradicional conquense.
La visita de la tarde, tras una comida disfrutada y reposada, nos trasladará de nuevo a la Puerta de Valencia para pasear hasta la Hoz del Júcar, a través de la calle Tintes.
Conviene fijarse muy bien en el contraste de los edificios a ambos lados de la calle, pues reflejan muy bien el título de esta entrada del Blog.
El parquesillo que hay al final de la calle y el ensanchamiento del cauce son un preludio del nuevo aspecto que presenta la ciudad desde ese otro lugar.
Hemos llegado ya al Júcar, río caudaloso cuyas aguas verterán ya directamente en el Mar Mediterráneo, atravesando las provincias de Cuenca, Albacete y Valencia.
En un recodo del paseo, junto al río, nos aparecerá de improviso uno de los símbolos de Cuenca: la Torre de Mangana o, más bien, lo que es ahora esa torre del siglo XVI después de las muchas intervenciones que ha sufrido a lo largo de la historia.
En algunos lugares, el paseo sobrevuela el propio río por no haber ya sitio entre éste y la montaña.
Mediada la tarde es hora de dar un largo paseo por las calles comerciales de la ciudad moderna y hacer algunas compras antes de tomar el autobús que nos devolverá a la estación para tomar uno de los últimos trenes hacia Madrid, no sin antes pararnos a merendar en una de sus confiterías con productos típicos de la tierra.
Atardece sobre Cuenca, en un frío día invernal, pero el viajero se aleja hacia la estación de alta velocidad lleno de sensaciones, de vistas, de contrastes y de sabores que le colman de satisfacción ante lo bien empleado de las horas de ese día. Cuenca bien merece algo más de tiempo, reposando en su buena planta hotelera, pero no había tiempo para más... ni para menos.
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Más información
Web oficial de Turismo de Cuenca
Dos vistas de detalle de las fachadas de la estación de Cuenca-Fernando Zóbel con distintas luces del día
En esta otra fotografía, el vestíbulo interior, que recibe la luz tamizada por el calado de las planchas de acero corten de la fachada
Fachada del edificio del Museo de Arte Abstracto Español, en el casco antiguo de Cuenca
Balcones de las casas colgadas, parte de los cuales pertenecen al Museo de Arte Abastracto
Todo en Cuenca se encuentra a caballo entre la tradición y la modernidad, como a caballo lo está también el casco antiguo, entre las hoces de los ríos Júcar y Huécar, o su ferrocarril convencial y de alta velocidad, en una sinfonía de arquitectura, paisajes, colores, tecnología y calles empinadas que cautiva nada más adentrarse en ella. Y como más se disfruta es llegando en tren y dejándose llevar por el callejero urbano, sin la preocupación por pensar dónde vamos a dejar el coche, tarea no precisamente fácil.
La llegada por la estación de alta velocidad, al estar en alto, permite ver esta panorámica de la ciudad, con su antiguo casco urbano en la zona más empinada, que merece dedicarle un tiempo de contemplación, si no urgiera tomar el autobús que traslada a los viajeros justo al lado de donde se encuentra la estación antigua.
Contraste entre el ayer y hoy, lo tradicional y lo moderno. El mismo medio de transporte pero con 125 años de diferencia. Ambos llegan, pero con distinto ritmo.
Desgraciadamente, Fernando Zóbel falleció en 1984 sin llegar a contemplar esta dicotomía tecnológica pero la anticipó situando un museo de arte abstracto en un edificio en el que se mezcla lo gótico, lo mudejar y la arquitectura popular del siglo XV, junto a la imaginativa posición de los miradores, volados sobre el paisaje.
Como el autobús de enlace desde la estación deja al viajero en la parte nueva de la ciudad, hay que recorrerla para trasladarse al casco antiguo. Conviene disfrutar de ese paseo en llano porque lo más duro está por venir. De todas formas, los turistas menos propensos al ejercicio físico tienen una eficiente red de autobuses urbanos que recorren la Cuenca de ayer y de hoy. El frío glacial que se cernía sobre la ciudad en este día de finales de febrero hacía más confortable y apetecible el paseo.
En este lugar, denominado Puerta de Valencia, debemos decidir el camino inicial: hacia el frente el casco antiguo, a la derecha la Hoz del Huécar con sus paisajes y sus sorpresas entre tradición y modernidad, a la izquierda, a la Hoz del Júcar donde el río se hace caudaloso y los contrastes espectaculares. Aconsejo caminar hacia el frente, o sea hacia arriba, que ya habrá tiempo de ver lo demás.
¿Por dónde subir? Si la ganas de trepar del viajero son muchas, puede elegir el camino abrupto y acortar por las muchas escaleras que encontrará en su camino. Si prefiere un paseo más suave encontrará fácilmente la calle que utilizan los autobuses y puede hacerlo con más comodidad y sosiego.
En todo caso podrá deleitarse con los contrastes entre la piedra austera de los monumentos y edificios históricos y la algarabía de colores de las viviendas populares, como si un Zóbel imaginario se hubiese paseado con sus pinceles en la oscuridad de la noche, dando toques acá y allá hasta agotar el cromatismo de su paleta.
Y ahora llegaremos enseguida a la Plaza Mayor donde continua la sinfonía de colores aunque mezclada ya con los monumentos más señeros.
Si el viajero es curioso y observador, se habrá topado en la subida con este letrero que invita a recorrer un túnel de 90 metros utilizado durante la Guerra Civil para refugio de la población. Forma parte del proyecto de la Cuenca subterránea, siendo hasta ahora el único visitable.
Pero no nos alejemos mucho del primer hito monumental de nuestra paseo por Cuenca: la Plaza Mayor. Para acceder a ella tendremos que hacerlo bajo los arcos de la Casa Consistorial, de estilo barroco de la época de Carlos III. Esta imponente fachada sólo podremos verla una vez entrado en la plaza y volviendo la vista atrás. Ahí, a la derecha, tenemos también la Oficina de Turismo principal.
La plaza a la que se accede no tiene forma cuadrada sino de pentágono y en uno de los lateral está la Catedral, cuyo estilo franco-normando desconcierta a quienes han visto en España muchas catedrales de distintas épocas. Remitimos al lector ávido de más datos a esta interesante y pormenorizada descripción de sus características interiores y exteriores.
Conviene ahora, antes de seguir adelante, que reparemos en una pequeña y recoleta plaza lateral en la que junto a una estatua de Alfonso VIII se nos relata en una lápida el hecho más trascendental de la historia de Cuenca que es, además, un referente en la Historia del Derecho español.
Nos estamos refiriendo a la conquista de Cuenca a los árabes y al otorgamiento del Fuero de Cuenca. Por la importancia que ese hecho tiene, nos ha parecido relevante enlazar su texto completo, para los estudiosos del Derecho.
Los alrededores de la Plaza Mayor presentan calles empinadas, con edificios medievales o renacentistas y antiguos conventos, varios de los cuales se han transformado hoy en hoteles y alojamientos turísticos.
Podemos optar por subir hasta el castillo-fortaleza, cuyas ruinas son una atalaya sobre la ciudad.
O detenernos en las vistas sobre la Hoz de Huécar que nos brinda esa fachada del casco antiguo, desde los pequeños miradores.
Precisamente, uno de los edificios que se divisan desde ahí es el Parador de Turismo, situado en el antiguo convento de San Pablo, original del siglo XVI.
Aparte de su acceso normal por carretera, una pasarela metálica peatonal no apta para personas con vértigo nos traslada desde el casco antiguo al parador.
El laberinto de calles y plazas de la zona vieja, en todas las cuales hay algo interesante que reseñar, haría interminable esta entrada: centenares de fotografías quedaron en mi cámara y sólo dejaría constancia de una de ellas, antes de seguir adelante.
Es el convento e iglesia de La Merced, donde ya el barroco anuncia una nueva etapa en la construcción monumental de Cuenca.
Había transcurrido ya la mayor parte de la mañana y apetecía bajar hasta el fondo de la Hoz del Huécar en busca del Auditorio de Cuenca, situado junto al cauce del río y que representa otro detalle de modernidad en medio de la tradición milenaria de la ciudad.
Precisamente estos días tiene lugar ahí la Semana de la Música Religiosa, que convoca anualmente a muchas personas de todas partes en su sala principal.
Para llegar hasta allí hay un delicioso paseo por la Hoz, que permite contemplar desde abajo con otra perspectiva lo que hemos visto desde arriba.
Precisamente, el restaurante del propio Auditorio permite contemplar toda la fachada urbana de la Hoz del Huécar mientras se degusta la cocina tradicional conquense.
La visita de la tarde, tras una comida disfrutada y reposada, nos trasladará de nuevo a la Puerta de Valencia para pasear hasta la Hoz del Júcar, a través de la calle Tintes.
Conviene fijarse muy bien en el contraste de los edificios a ambos lados de la calle, pues reflejan muy bien el título de esta entrada del Blog.
El parquesillo que hay al final de la calle y el ensanchamiento del cauce son un preludio del nuevo aspecto que presenta la ciudad desde ese otro lugar.
Hemos llegado ya al Júcar, río caudaloso cuyas aguas verterán ya directamente en el Mar Mediterráneo, atravesando las provincias de Cuenca, Albacete y Valencia.
En un recodo del paseo, junto al río, nos aparecerá de improviso uno de los símbolos de Cuenca: la Torre de Mangana o, más bien, lo que es ahora esa torre del siglo XVI después de las muchas intervenciones que ha sufrido a lo largo de la historia.
En algunos lugares, el paseo sobrevuela el propio río por no haber ya sitio entre éste y la montaña.
Mediada la tarde es hora de dar un largo paseo por las calles comerciales de la ciudad moderna y hacer algunas compras antes de tomar el autobús que nos devolverá a la estación para tomar uno de los últimos trenes hacia Madrid, no sin antes pararnos a merendar en una de sus confiterías con productos típicos de la tierra.
Atardece sobre Cuenca, en un frío día invernal, pero el viajero se aleja hacia la estación de alta velocidad lleno de sensaciones, de vistas, de contrastes y de sabores que le colman de satisfacción ante lo bien empleado de las horas de ese día. Cuenca bien merece algo más de tiempo, reposando en su buena planta hotelera, pero no había tiempo para más... ni para menos.
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Más información
Web oficial de Turismo de Cuenca