Hay una región en Escocia, al norte de Glasgow y Edimburgo, donde la tierra, la montaña, los ríos, los pastos y el mar se funden en una misma cosa. Tierras duras, agrestes, escasamente pobladas, donde las ovejas tienen el tamaño de terneros y el ganado bovino posee curiosos pelajes. Donde el mar aparece trufado de islas de diversos tamaños. Donde la vida discurre ahora de modo placentero. Esa región es las Highlands (Tierras Altas). Hasta esas remotas zonas ha llegado el ferrocarril creando un entramado de líneas que acaban en el borde del mar y donde los trenes llegan hasta casi el mismo dique donde atracan los barcos, que alcanzan las islas más distantes. Todo ello bañado por el cambiante sol de cada hora, de cada época del año, sonorizado con la música celta. Durante muchos siglos su menguante población vivió del pastoreo o se vio forzada a emigrar por la presión de los terratenientes o por la gran hambruna desatada en 1840. Hasta que un día llegó el ferrocarril, hizo permeables los valles, conectó los puertos con el interior y éstos con las islas. Y abrió una nueva fuente de riqueza en un territorio que parecía ajeno a la modernidad. Un Blog ferroviario como éste, que ha llegado hasta las tierras de Laponia, no podía dejar de lado a las Highlands y hasta aquí hemos venido en tren para contarlo.
Hemos marcado con un círculo las estaciones de partida (Glasgow y Edimburgo) y las estaciones a donde hemos llegado con el tren. Para conocer el detalle de ambas rutas y las estaciones intermedias, podemos ver este mapa.
La ruta occidental está marcada en verde desde Glasgow, que es la que describimos ahora y la del norte en ocre desde Edimburgo, que será la que ocupe la próxima entrada del Blog.
Primera etapa, la línea occidental a Oban
Había que elegir y la única opción desde Glasgow para ir y volver en el día, estando algunas horas en destino, era Oban, ya que Mallaig, a donde también se llega cambiando de línea en Crianlarich, es una ruta mucho más larga. Hay que tener en cuenta que en esta época del año los días son muy cortos en estas latitudes. Hay que añadir, también, que muchas de las fotografías están tomadas desde dentro de los trenes lo que perjudica su calidad.
La salida de Glasgow se hace con las primeras luces del día desde la estación de Queen Street y mientras la ciudad despierta, sobre los tejados de las casa se ve desde el tren el enorme viaducto que se ha construido para que la autopista M8 salve el canal del Clyde y la zona urbana aledaña.
La línea se dirige entonces hacia el Oeste para discurrir paralela por el norte al estuario del río Clyde, que va ganando en anchura a medida que se aleja de Glasgow.
Poco después de haber pasado la estación de Dumbarton aparece este cartelón por la ventanilla.
Indica que a partir de aquí ya no hay GSM-R, el sistema de comunicación reservado a los ferrocarriles. National Rail elaboró en 2007 un plan para implementar el ERTMS, sistema de seguridad y señalización europeo, en las líneas ferroviarias británicas. Esa instalación requiere de una previa implantación del GSM-R.
A partir de aquí la línea gira hacia el norte siguiendo el valle de una de las estribaciones del estuario del Clyde.
Comienza una lenta subida donde el tren tendrá que saltar del estuario del Clyde al del Lorn, donde está situado Oban.
Es en este tramo donde aparecen ya las primeras nieves de la temporada en la cima de las montañas. La vía sube poco a poco dejando a uno y a otro lado paisajes bellísimos.
En las umbrías hay también abundante escarcha porque el día anterior ha bajado notablemente la temperatura. Afortunadamente hace un día claro, lo que permite que el horizonte visible sea grande.
A medida que el tren va subiendo de cota, se ven debajo, en los valles, algunas pequeñas poblaciones, todas ellas al borde de estuarios de los diversos ríos y lagos que hay en la zona. Algo muy parecido a los fiordos noruegos.
En Ardlui nos cruzamos con otro tren idéntico que hace el recorrido inverso. El frío es muy intenso en el andén.
Y es que estamos ya cerca de la cota máxima de la línea, que es la estación de Crianlarich, puesta en servicio en 1894, al igual que toda esta parte de la línea hacia Oban.
En la última parte de la subida el tren diésel ha disminuido notablemente la velocidad porque aunque la altitud no supera los 400 metros, hemos partido del nivel del mar y seguido así durante un largo tramo. Además, la vía tiene un trazado sinuoso.
En esta estación se corta nuestro tren ya que los coches de cabeza siguen a Oban y los de cola continúan por la línea de Fort William hasta Mallaig.
El valle, en la bajada se va haciendo más amplio y las cumbres nevadas siguen próximas al trazado de la línea férrea.
Algunas de las pequeñas estaciones de la zona ya no tienen su edificio dedicado a la atención de los viajeros y han sido alquiladas a familias para evitar su deterioro.
Esta es la estación de Dalmally, donde el reloj hace ya años que se paró, pero la vida sigue en el vestíbulo aunque con un ritmo distinto del ferroviario.
De pronto el tren llega al lago Awe, cuya pequeña población tiene una estación con ese mismo nombre. Las aguas están tan mansas y cristalinas que reflejan la montaña cercana como en un espejo.
El valle se abre aún más y el paisaje se suaviza. Además, en el ambiente huele ya a agua de mar, un característico olor que los que habitualmente vivimos rodeados de agua percibimos enseguida. El tren ya no es que corra sino que vuela, como si dejando atrás las penalidades de la anterior subida y el ritmo contenido de la bajada tuviera ahora alegría de circular.
Casi sin darnos cuenta hemos llegado puntualmente a Oban, tras 3h 6' de recorrido ferroviario.
Estamos en las Highlands occidentales a poca distancia de las Islas Hébridas aunque hay que pellizcarse un poco tras ver este restaurante pegado a la estación, por si nos habríamos equivocado de trayecto.
Pegada a la estación de tren está también la estación marítima y un ferry cargando vehículos para una próxima partida. La organización que tiene el ferrocarril británico respecto a las conexiones con los ferries roza la perfección ya que hay multitud de puntos de intercambio en todo el litoral, con la estación ferroviaria pegada a la marítima y, además, se adquiere el billete combinado en los propios puntos de venta del ferrocarril. Todo en un único billete y si la terminal marítima estuviese algo retirada de la ferroviaria, el billete incluye también el autobús de conexión.
El puerto de Oban está situado en el amplio estuario del Lorn que, en su parte Oeste está cerrado por la isla de Mull, una de las que forman parte del archipiélago de las Hébridas. Desde ese puerto hay un constante ir y venir de embarcaciones que conectan con los principales puertos de las Hébridas, todo un ecosistema que goza de una gran protección pero que al mismo tiempo está habitado con pequeñas aldeas dedicadas al turismo y cuyos habitantes también viven de la pesca y del cultivo de una especie de mejillón, pequeño pero muy sabroso, que no debe dejar de tomarse cuando se llega a esta zona.
Aves de muy distintas especies tienen aquí su hogar permanente o de temporada y algunas no sienten el menor temor por la presencia de los visitantes: más bien se muestran interesadas y esperan alguna recompensa.
Por detrás de las pequeñas islas cercanas se asoman los montes nevados de la isla de Mull. Pero si nos encaminamos un poco hacia el norte por la carretera que bordea el estuario, llegamos ya a un zona en la que desemboca el Canal de Caledonia, vía de agua de 97 km que conecta Inverness con Oban atravesando parajes naturales tan interesantes como el lago Ness. La siguiente fotografía, que es de mayor resolución, recoge el punto donde las aguas que proceden de ese canal llegan a Oban tras haber atravesado el fiordo de Linnhe.
El espectáculo de los paisajes marítimos que hay en la zona merece un viaje de mayor duración. Tanto en Oban como en la cercana isla de Mull hay una importante planta hotelera.
Las distintas horas del día y las nubes que recorren el horizonte van tiñendo el paisaje de tonos variados, cuando ya comienza la tarde y se van echando poco a poco encima las horas de la oscuridad precedidas de un largo ocaso. Se va acercando la hora de regresar a Glasgow. Por cierto que en uno de los paseos por la localidad descubrimos la destilería local, que eso no falta en ninguna población escocesa que se precie.
En el viaje de regreso la noche se echó encima y sólo pasaban de vez en cuando por las ventanillas del tren las luces de las pequeñas poblaciones y de los andenes de las estaciones del trayecto.
El próximo capítulo, en un viaje mucho más largo, nos llevará hasta el extremo norte de Escocia, donde se acaba la línea férrea: la parte más septentrional de las Highlands. (MAM).
La salida de Glasgow se hace con las primeras luces del día desde la estación de Queen Street y mientras la ciudad despierta, sobre los tejados de las casa se ve desde el tren el enorme viaducto que se ha construido para que la autopista M8 salve el canal del Clyde y la zona urbana aledaña.
La línea se dirige entonces hacia el Oeste para discurrir paralela por el norte al estuario del río Clyde, que va ganando en anchura a medida que se aleja de Glasgow.
Poco después de haber pasado la estación de Dumbarton aparece este cartelón por la ventanilla.
Indica que a partir de aquí ya no hay GSM-R, el sistema de comunicación reservado a los ferrocarriles. National Rail elaboró en 2007 un plan para implementar el ERTMS, sistema de seguridad y señalización europeo, en las líneas ferroviarias británicas. Esa instalación requiere de una previa implantación del GSM-R.
A partir de aquí la línea gira hacia el norte siguiendo el valle de una de las estribaciones del estuario del Clyde.
Comienza una lenta subida donde el tren tendrá que saltar del estuario del Clyde al del Lorn, donde está situado Oban.
Es en este tramo donde aparecen ya las primeras nieves de la temporada en la cima de las montañas. La vía sube poco a poco dejando a uno y a otro lado paisajes bellísimos.
En las umbrías hay también abundante escarcha porque el día anterior ha bajado notablemente la temperatura. Afortunadamente hace un día claro, lo que permite que el horizonte visible sea grande.
A medida que el tren va subiendo de cota, se ven debajo, en los valles, algunas pequeñas poblaciones, todas ellas al borde de estuarios de los diversos ríos y lagos que hay en la zona. Algo muy parecido a los fiordos noruegos.
En Ardlui nos cruzamos con otro tren idéntico que hace el recorrido inverso. El frío es muy intenso en el andén.
Y es que estamos ya cerca de la cota máxima de la línea, que es la estación de Crianlarich, puesta en servicio en 1894, al igual que toda esta parte de la línea hacia Oban.
En la última parte de la subida el tren diésel ha disminuido notablemente la velocidad porque aunque la altitud no supera los 400 metros, hemos partido del nivel del mar y seguido así durante un largo tramo. Además, la vía tiene un trazado sinuoso.
En esta estación se corta nuestro tren ya que los coches de cabeza siguen a Oban y los de cola continúan por la línea de Fort William hasta Mallaig.
El valle, en la bajada se va haciendo más amplio y las cumbres nevadas siguen próximas al trazado de la línea férrea.
Algunas de las pequeñas estaciones de la zona ya no tienen su edificio dedicado a la atención de los viajeros y han sido alquiladas a familias para evitar su deterioro.
Esta es la estación de Dalmally, donde el reloj hace ya años que se paró, pero la vida sigue en el vestíbulo aunque con un ritmo distinto del ferroviario.
De pronto el tren llega al lago Awe, cuya pequeña población tiene una estación con ese mismo nombre. Las aguas están tan mansas y cristalinas que reflejan la montaña cercana como en un espejo.
El valle se abre aún más y el paisaje se suaviza. Además, en el ambiente huele ya a agua de mar, un característico olor que los que habitualmente vivimos rodeados de agua percibimos enseguida. El tren ya no es que corra sino que vuela, como si dejando atrás las penalidades de la anterior subida y el ritmo contenido de la bajada tuviera ahora alegría de circular.
Casi sin darnos cuenta hemos llegado puntualmente a Oban, tras 3h 6' de recorrido ferroviario.
Estamos en las Highlands occidentales a poca distancia de las Islas Hébridas aunque hay que pellizcarse un poco tras ver este restaurante pegado a la estación, por si nos habríamos equivocado de trayecto.
Pegada a la estación de tren está también la estación marítima y un ferry cargando vehículos para una próxima partida. La organización que tiene el ferrocarril británico respecto a las conexiones con los ferries roza la perfección ya que hay multitud de puntos de intercambio en todo el litoral, con la estación ferroviaria pegada a la marítima y, además, se adquiere el billete combinado en los propios puntos de venta del ferrocarril. Todo en un único billete y si la terminal marítima estuviese algo retirada de la ferroviaria, el billete incluye también el autobús de conexión.
El puerto de Oban está situado en el amplio estuario del Lorn que, en su parte Oeste está cerrado por la isla de Mull, una de las que forman parte del archipiélago de las Hébridas. Desde ese puerto hay un constante ir y venir de embarcaciones que conectan con los principales puertos de las Hébridas, todo un ecosistema que goza de una gran protección pero que al mismo tiempo está habitado con pequeñas aldeas dedicadas al turismo y cuyos habitantes también viven de la pesca y del cultivo de una especie de mejillón, pequeño pero muy sabroso, que no debe dejar de tomarse cuando se llega a esta zona.
Aves de muy distintas especies tienen aquí su hogar permanente o de temporada y algunas no sienten el menor temor por la presencia de los visitantes: más bien se muestran interesadas y esperan alguna recompensa.
Por detrás de las pequeñas islas cercanas se asoman los montes nevados de la isla de Mull. Pero si nos encaminamos un poco hacia el norte por la carretera que bordea el estuario, llegamos ya a un zona en la que desemboca el Canal de Caledonia, vía de agua de 97 km que conecta Inverness con Oban atravesando parajes naturales tan interesantes como el lago Ness. La siguiente fotografía, que es de mayor resolución, recoge el punto donde las aguas que proceden de ese canal llegan a Oban tras haber atravesado el fiordo de Linnhe.
El espectáculo de los paisajes marítimos que hay en la zona merece un viaje de mayor duración. Tanto en Oban como en la cercana isla de Mull hay una importante planta hotelera.
Las distintas horas del día y las nubes que recorren el horizonte van tiñendo el paisaje de tonos variados, cuando ya comienza la tarde y se van echando poco a poco encima las horas de la oscuridad precedidas de un largo ocaso. Se va acercando la hora de regresar a Glasgow. Por cierto que en uno de los paseos por la localidad descubrimos la destilería local, que eso no falta en ninguna población escocesa que se precie.
En el viaje de regreso la noche se echó encima y sólo pasaban de vez en cuando por las ventanillas del tren las luces de las pequeñas poblaciones y de los andenes de las estaciones del trayecto.
El próximo capítulo, en un viaje mucho más largo, nos llevará hasta el extremo norte de Escocia, donde se acaba la línea férrea: la parte más septentrional de las Highlands. (MAM).