Este par de coches griegos, muy buenos por cierto y de primera clase, iban a ser el tren directo Tesalónica-Sofia de este pasado domingo. La realidad, sin embargo, fue muy distinta haciendo bueno el comentario en Facebook de un interventor francés de TGV quien, tras viajar en ferrocarril por los Balcanes, escribía: "Nunca más desde ahora protestar por el ferrocarril en Francia". Huelga decir que lo que escribo en esta entrada del Blog resultará incluso divertido para los aficionados ferroviarios, pero no para los viajeros habituales de este medio de transporte. Y la aventura comenzó a las 06:55 de la mañana.
Irse a tan temprana hora a la estación de Tesalónica no planteaba más problemas que atravesar la calle, sorteando las obras inacabadas del Metro de la ciudad pues el hotel estaba casi enfrente de la estación. Pero de haber llegado tarde hubiera dado igual porque bien pasada esa hora, los coches seguían allí estacionados para desesperación de los viajeros.
Y esos viajeros aguardaban impacientes en el andén a que sucediese algo para emprender viaje. Parecía extraño tanta gente para sólo dos coches, pero el destino de los que allí estaban era bien distinto del de Sofia. Un Intercity que debía llegar desde Atenas con destino a Alexandrópolis, a parte del cual se añadirían nuestros dos coches, venía retrasado y hasta su llegada nadie se iba a mover de ahí.
Ese tren, que había salido de Atenas la noche anterior, a las 23:55 hizo por fin su entrada en la estación de Tesalonica con 11 coches y una plataforma portacoches con 20' de retraso sobre su horario habitual. La entrada la hizo por la misma vía al final de la cual estaban estacionados los dos coches de nuestro tren a Sofia. A partir de ahí y durante casi media hora se desencadenó en la estación tal cúmulo de maniobras que casi todas las vías disponibles hicieron falta para ello. Todos los viajeros asistían pacientemente a que finalizasen, cosa que el personal de la estación hizo sin ninguna prisa.
Cuento la secuencia. La locomotora la retiraron por el escape situado al final de la vía. Del tren recién llegado retiraron la mitad de la composición por el lado contrario. Como la plataforma portacoches estaba al final tuvieron que segregarla para llevarla a la vía de descarga. Mientras, un par de locomotoras diésel se situaron en otra vía para empujar los coches que quedaron hasta nuestro par de coches. Efectuado el enganche tiraron de la composición hasta el centro del andén y se subieron casi todos al tren de Alexandrópolis menos unas 7 personas y una bicicleta que fuimos a nuestro flamante par de coches de primera clase. Éramos los únicos viajeros para Sofia.
Aunque estaban grafiteados por el exterior, el interior de los coches era así de pulcro y cómodo.
Finalmente y con casi 45 minutos de retraso sobre el horario previsto, nuestro tren inició la marcha. Aposentado en una de esas cómodas butacas se preveía un cómodo viaje de 7 horas hasta Sofia, pero nada más lejos de la realidad.
El viaje, en tan cómodos asientos y con una vía en buen estado, fue muy agradable hasta que el tren llegó a una solitaria estación, de nombre Strimon, según rezaba el letrero de la fachada. Allí los coches con destino Alexandrópolis seguían adelante con una de las dos locomotoras que llevábamos y la otra se posicionaría en la cola del tren para llevarnos a las estaciones fronterizas con Bulgaría: Promahonas, del lado griego, y Kulata, del lado búlgaro, donde se haría el control policial.
Nuestro minitren debía avanzar hacía la parte derecha, rumbo a Bulgaria, de ese conjunto de señales que se ven ahí, todas fuera de servicio, como gran parte de la señalización en Grecia. Roban los cables y se quedan anuladas sin ser reparadas. Hasta aquí nada fuera de lo normal en nuestros cómodos asientos.
Llegamos a Kulata, cuya estación vemos en la foto, y se iniciaron los controles conjuntos de las policías griega y búlgara. Se llevaron la locomotora pensando que vendría otra de Bulgaria para remolcar nuestro tren.
Mientras se prolongaba el control de policía -se llevan los pasaportes para meterlos en la máquina- no quedaba otra ocupación que curiosear un viejísimo tren estacionado en la vía contigua, con coches que antaño circularon en la República Democrática Alemana y que llegaron a Bulgaria de segunda mano. Nada que preocuparse: teníamos unas butacas espléndidas en nuestros dos coches y tan pocos viajeros que se podía elegir sitio.
El control de policía se alargaba extrañamente mientras en las afueras del edificio de la estación, personal ferroviario hablaba entre sí y con los policías. De pronto cayó la noticia como una bomba: se acabó el confort y nuestro viaje seguiría pero en el tren de al lado.
Hay que decir que el interior del tren estaba caldeado por haber permanecido muchas horas al sol y que la tapicería de los asientos tenía tal cantidad de mugre que daba la impresión que la última limpieza la hicieron en Alemania Oriental, antes de la caída del Muro de Berlín. Casi todos los letreros del tren estaban en alemán pues llegaron con él a Bulgaria.
Era tan escaso el número de viajeros que se podía pasear por todo él sin encontrar a casi nadie, salvo al turista de la bicicleta y a una chica francesa que hacía Interrail y observaba con asombro todo el conjunto. Incluso la invité a pasar al coche de cola desde donde se podían hacer fotos: "Esto no lo tienen los TGV", le dije con retranca.
Desde ese privilegiado observatorio despedimos virtualmente a los dos coches griegos que vemos allá al fondo. La vía enseguida mejoraría pero sólo unos kilómetros. Luego el traqueteo habitual en Bulgaría donde los raíles no están soldados.
La siguiente mala noticia llegaría con el interventor: tampoco íbamos a llegar en ese tren hasta Sofia porque la vía estaba cortada por obras y debíamos transbordar a un autobús más adelante, entre dos estaciones, para seguir luego viaje en otro tren hasta destino.
Por cierto que el interventor tenía una guasa enorme. Le dije que hacía mucho calor y que en los numerosos túneles el coche se quedaba a oscuras. Respondió que llevábamos una excelente climatización natural mientras habría dos ventanillas opuestas en el coche con la consiguiente ventolera que se formó. Lo de la luz tuvo mejor arreglo y bastó con tocar en un armario registro al final del coche. Me quedó por preguntarle si iban a darnos bocadillos en caso de retraso ante tanto infortunio viajero pero no era cuestión de pasarse
Comenzaron entonces a pasar estaciones y subir algunos viajeros de edad avanzada con bolsas y paquetes, como en ésta de Sandanski, en la que había un tren regional parado.
El paisaje, que inicialmente era bastante llano, se fue haciendo abrupto y se sucedieron los túneles. Algunos tramos de vía había sido ya renovados con las ayudas de la Unión Europea.
Llegamos a Blagoevgrad, ciudad de unos 70.000 habitantes, cuya estación vemos en las fotos. Por cierto que, a diferencia de Grecia donde el empleado que da la salida al tren va vestido de cualquier manera, en estos países de los Balcanes, priva la uniformidad y en Bulgaria va tocado con la gorra roja de plato ancho al estilo ruso, como vemos ahí.
Llegamos a la estación de Dupnitza donde había que bajar del tren y tomar un bus para recorrer el trayecto hasta Galabnik donde nuevamente debíamos subir a otro tren. Obsérvese el tipo de viajeros que venían: personas en algunos casos muy ancianas, con muletas. Esto de cortar la vía en Bulgaria para hacer reparaciones entre un par de estaciones contiguas está expulsando del tren a los viajeros habituales porque puede hacérseles muy penoso el viaje cuando la movilidad no es alta y se llevan bolsas y paquetes. Pocas maletas con ruedas.
Mientras nuestro autobús circulaba por una estrecha carretera con baches a nuestro lado discurría la nueva autopista entre Grecia y Bulgaria. Se ha dado preferencia a este otro medio de transporte lo que acaba dejando al tren sin viajeros.
Llegamos a la estación de Galabnik a esperar a lo que vendría a continuación para llevarnos a Sofia.
Y lo que llegó fue este moderno "Desiro" eléctrico que, aunque pintado por fuera, estaba impecable por dentro.
Desde mi asiento observaba a esta viejecita que debía frisar los 90 años y que se movía con bastón pero llevando con soltura una bolsa de viaje. Hizo casi gran parte del trayecto con transbordos incluidos. No sé cuanta historia de Bulgaría habrá conocido y que trenes debió de tomar en el pasado pero ahí está, con rostro sereno mirando el paisaje con el pasar de los pueblos cuyas humildes casas se alternan con los feos edificios de pisos en altura de la pasada época socialista del país.
Bloque de viviendas en altura de horrendo diseño y peor mantenimiento, muy abundantes en Bulgaria y otros países del Este de Europa
A pesar del trasiego de medios durante el trayecto la llegada a Sofia fue bastante puntual. Aquí vemos el interior y exterior de su enorme estación que no se corresponde con su escaso tráfico. Es algo así como construir una enorme terminal aeroportuaria para que luego en las pistas aterricen sólo avionetas. El edificio ya existía con estética del Este de Europa pero el dinero de la Unión Europea ha logrado el milagro. Sólo falta llenarlo de trenes y que mucha gente viaje en ellos.
En el exterior e interior han colocado este par de locomotoras, muestra del pasado ferroviario de Bulgaria
Esa misma tarde tocó el viaje desde Sofia a Belgrado en ese coche búlgaro de literas con llegada a Belgrado a las 5,30 de la mañana (una hora de retraso) y posterior cambio de tren para venir hasta Zúrich en una viaje de 22 horas desde donde escribo estas líneas hoy martes.
A primera hora de esta mañana llegaba en estos modernos coches croatas a la estación de Zúrich. Desde Belgrado a Zagreb, donde se le añaden a la composición, el viaje se hace en coche serbio de asientos, bastante cómodos por cierto. Y desde aquí emprenderemos mañana viaje de regreso a España después de un largo viaje por Grecia que hemos ido describiendo en el Blog. (MAM)