Estoy frente a ese puente en la ciudad de Narva, Estonia, en la misma frontera con Rusia, cuyo territorio está en la parte izquierda del estribo del puente. Hoy hace exactamente 70 años que terminó la batalla por la conquista de ese puente, entre las tropas alemanas y las soviéticas para el control del corredor de San Petersburgo. Debajo de esa estructura corre el río Narva y a mis espaldas están las construcciones de esa ciudad, hoy la tercera en población de Estonia. Miro a un lado y al otro del puente. Del lado ruso, policías dotados de armas largas vigilan que nadie transite por él, salvo el personal que atiende el paso de los trenes. En la parte occidental, otro policía fuma mirando con poco interés el paisaje desde su garita. Por si acaso me sitúo en un ángulo en el que ni unos ni otros pueden ver que hago fotos del puente. Espero inútilmente que pase algún tren. El calor es considerable y el sol cae a plomo sobre mi cabeza sin que se vislumbre una nube. En este mes de julio los días son muy largos en estas latitudes. Me aterra pensar que el control de ese puente se llevó por delante la vida de 12.000 soldados, además de unos 65.000 civiles. El silencio domina ahora el paisaje, roto sólo por el zumbido de las turbinas de la central eléctrica rusa situada en la misma orilla del río. Unos metros más abajo unos chavales retozan en la hierba y se bañan alegres en las aguas. Seguramente más de uno de sus familiares dejaron aquí sus vidas, pero 70 años diluyen las tragedias. Quizá ni oyeron hablar de la tremenda batalla que se libró en este lugar. Pero aquí estoy para contarlo y un cosquilleo me recorre la espalda.
Durante mi estancia en Estonia me alojo en el hotel situado en la estación principal de su capital, Tallinn. Cada día miro por la ventana y veo el constante fluir de modernos trenes autopropulsados de fabricación suiza. Pero dos de ellos, que entran y salen cada día, son muy diferentes al resto. Se trata del expreso de Moscú y el diurno de San Petersburgo. Estonia carece de circulación de trenes de viajeros con su vecina Letonia, pero conserva un notable tráfico de trenes con Rusia. La mayor parte son trenes mercantes pero los de viajeros tienen una notable ocupación, en especial de rusos que vienen de turismo a Tallínn. Llegué en tren desde Riga pero al no haber trenes directos tuve que transbordar en Valga. Y durante mi estancia consideré que debía tomar un tren hasta la frontera con Rusia y visitar el puente de Valga en el aniversario de la cruenta batalla.
Red ferroviaria de Estonia a lo largo de la cual me he desplazado durante estos días
Salida de la unidad diésel de Go Rail, DR1A, Tallinn-San Petersburgo, vista desde mi habitación del hotel.
El expreso de Moscú que parte cada día a las 6 de la tarde de Tallinn, con su locomotora diésel TEP70 al frente
Cada día veía llegar o salir esos trenes, como un prólogo de mi viaje por la misma línea hasta la propia frontera. Ambos pasan por Narva, único punto de la red ferroviaria de Estonia que permite el paso de viajeros con Rusia.
Mi tren a Narva ha sido mucho más humilde pero más moderno. Es esta unidad diésel fabricada por Stadler, firma suiza que se ha encargado de renovar totalmente el transporte ferroviario de viajeros en Estonia. Tiene sólo 3 coches, cómodos y silenciosos, a pesar de incorporar motores diésel. Durante todo el viaje a Narva, en cuya estación lo vemos fotografiado a la llegada, he podido disfrutar de una buena conexión wifi a internet, de la que están dotados todos los trenes en Estonia.
Al mismo tiempo de la llegada de mi tren, un mastodonte de locomotora diésel maniobra en la estación para formar un tren de mercancías con destino a Rusia. La que aquí vemos es una unidad de la clase 1500 (C36-7i) construida en 1985 por General Electric y comprada de segunda a mano a la operadora norteamericana Union Pacific (un total de 56 locomotoras de la misma clase). Ahora son propiedad de Eesti Raudtee, que suministra tracción a los mercantes en Estonia.
Mientras hago la foto, una policía aduanera de Estonia, de servicio en la estación, me mira entre comprensiva e impaciente, porque soy el único viajero que queda por desalojar pues toda la estación está controlada y sólo se abre cuando llega un tren de viajeros. "Üks hetk, palun" (Un momento, por favor), le digo en estonio, de las pocas expresiones que he conseguido aprender de este extraño idioma, durante estos días. Me marcho y tras de mí se cierra la puerta que da acceso al vestíbulo. Y es que la playa de vía y andenes son una especie de zona internacional dependiendo del tren que llega: si es ruso, los viajeros deben salir por las modernas instalaciones de control de policía y aduana. Si es de Estonia van a parar al vestíbulo antiguo. Y lo que veo a continuación es como si regresara de golpe al pasado.
Este es el vestíbulo de la estación, tal como quedó cuando Estonia se independizó en 1991 de la Unión Soviética. La rotulación está en ruso y en estonio. Todo se ha conservado como entonces. Pero las taquillas ya no expenden billetes, que se venden a bordo de los trenes. Me parece estar asistiendo a momentos históricos de la vida de esta pequeña república. El antiguo tablón de horarios sólo informa de los trenes con Rusia, pero se han ido perdiendo los datos de horarios. Ahí queda para el recuerdo.
El edificio de la estación fue construido tras la Segunda Guerra Mundial pues el primitivo de 1870 fue destruido en 1919 durante la Guerra de Independencia de Estonia y el que se construyó en 1922 también quedó convertido en ruinas durante la Segunda Guerra Mundial.
En realidad el puente de Narva está a continuación de los andenes de la estación pero ese camino no puedo recorrerlo, por lo que opto por la calle paralela a las vías y enseguida me topo con la estructura.
En realidad el puente de Narva está a continuación de los andenes de la estación pero ese camino no puedo recorrerlo, por lo que opto por la calle paralela a las vías y enseguida me topo con la estructura.
Una cerca metálica que valla la parcela inmediata al puente impide acercarse por ahí, pero enseguida busco por donde sortearla para disfrutar sin impedimentos de la estructura, cuyo aspecto actual es el que resultó tras su reconstrucción.
Este es el aspecto que tenía el puente antes de ser destruido en la Segunda Guerra Mundial. Como puede verse, la zona en la que está situado es la parte más angosta del río, con acantilados a ambos lados. Por eso, al fotografiarlo ahora desde la parte alta parece posado sobre la hierba. Ese mismo aspecto es el que tiene en un sello editado en Letonia, en 2012, en homenaje al puente y que vi casualmente en los días que estuve en ese país.
Este es el aspecto que tenía el puente antes de ser destruido en la Segunda Guerra Mundial. Como puede verse, la zona en la que está situado es la parte más angosta del río, con acantilados a ambos lados. Por eso, al fotografiarlo ahora desde la parte alta parece posado sobre la hierba. Ese mismo aspecto es el que tiene en un sello editado en Letonia, en 2012, en homenaje al puente y que vi casualmente en los días que estuve en ese país.
La disposición de las vías en ese dibujo nada tiene que ver con la realidad. En la leyenda que figura en el sello pone en idioma letón "Puente ferroviario de Narva". Su valor facial es de 55 santimu de lats, la moneda letona hasta que el 1 de enero de 2014 Letonia se incorporase al euro.
Sigilosamente y reptando bajo la alambrada me deslizo hasta un lugar donde no me pueda ver el policía que guarda la entrada del puente y hago una última foto. Estoy infringiendo la norma de prohibición de acercarse que figura en el vallado, pero los tiempos han cambiado. En el lado ruso compruebo que la línea está electrificada, algo que no sucede en territorio de Estonia. Llama la atención el considerable gálibo vertical de la estructura. Y como seguían sin pasar trenes decido bajar hasta el río para ver las fortalezas que guardan ambos lados de la frontera por el puente de carretera.
Desde el río es posible contemplar el puente fronterizo para tráfico rodado. A la izquierda, el castillo fortaleza de Hermann, en el lado de Estonia, construido en el siglo XIII por los daneses. A la derecha, la fortaleza rusa de Ivan Gorod.
Desde la parte alta se ven mejor ambas fortalezas, el puente de carretera, con colas de coches para pasar la aduana y la pequeña playa en un remanso del río, donde se bañan los habitantes de Narva.
Desde la orilla del río se contempla esta otra vista del puente ferroviario de Narva.
El río hace un recodo en ese lugar y entra por el lado izquierdo hacia los acantilados donde está situado el puente.
A partir de aquí, la excelente climatología de que disfrutamos, invita a dar un paseo por Narva.
La ciudad es una interminable sucesión de bloques de estilo soviético, todos ellos iguales, construidos sobre las ruinas de la ciudad pues quedó completamente destruido tras la batalla. La casi totalidad de sus habitantes son ahora de origen ruso y el ruso es también el idioma que se habla aquí. Así que me fui al moderno centro comercial levantado en medio de la ciudad a comer algún plato típico ruso.
En el callejeo de la sobremesa he podido ver la iglesia ortodoxa de la Resurrección, construida en 1890 y que, como todo Narva, acabó en escombros. En 1986 se reconstruyó con el aspecto actual.
A pocos metros de esa iglesia, un puente sobre las vías une dos barrios de Narva. Me subo a él y veo gran parte de la playa de vías de la estación, con largas formaciones de mercantes en tránsito entre Rusia y Estonia. La estación, a la que llego poco después para tomar el tren de regreso a Tallinn, está solitaria y en el cielo comienzan a formarse nubes que presagian una tormenta al atardecer por el calor de la jornada.
La soledad del lugar invita a pensar en la gran cantidad de víctimas que se sacrificaron aquí para controlar un puente de ferrocarril. Tenerlo expedito suponía dar curso a muchos trenes con tropas y material bélico. Hoy sólo pasan por aquí turistas y trenes mercantes con productos rusos diversos, muchos de ellos destinados a la exportación desde puertos de Estonia.
Tengo el tren, que ya está preparado en el andén, casi para mí solo, aunque se irá llenando por el camino. Por eso aprovecho para hacer unas fotos de su pulcro interior. Nada que ver con las viejas unidades rusas que circulaban antaño por estas vías y que tuve ocasión de ver en un viaje anterior. Día de contrastes, entre la tragedia de hace 70 años y la paz de ahora. Una ciudad llena de rusos que es parte de la Unión Europea, donde puedes comer platos típicos de Rusia y pagar en euros. Un puente que entonces costó la vida de miles de personas y que hoy es sólo uno más de los que permiten el paso de trenes entre el Este y el Oeste de Europa. (MAM)
Sigilosamente y reptando bajo la alambrada me deslizo hasta un lugar donde no me pueda ver el policía que guarda la entrada del puente y hago una última foto. Estoy infringiendo la norma de prohibición de acercarse que figura en el vallado, pero los tiempos han cambiado. En el lado ruso compruebo que la línea está electrificada, algo que no sucede en territorio de Estonia. Llama la atención el considerable gálibo vertical de la estructura. Y como seguían sin pasar trenes decido bajar hasta el río para ver las fortalezas que guardan ambos lados de la frontera por el puente de carretera.
Desde el río es posible contemplar el puente fronterizo para tráfico rodado. A la izquierda, el castillo fortaleza de Hermann, en el lado de Estonia, construido en el siglo XIII por los daneses. A la derecha, la fortaleza rusa de Ivan Gorod.
Desde la parte alta se ven mejor ambas fortalezas, el puente de carretera, con colas de coches para pasar la aduana y la pequeña playa en un remanso del río, donde se bañan los habitantes de Narva.
Desde la orilla del río se contempla esta otra vista del puente ferroviario de Narva.
El río hace un recodo en ese lugar y entra por el lado izquierdo hacia los acantilados donde está situado el puente.
A partir de aquí, la excelente climatología de que disfrutamos, invita a dar un paseo por Narva.
La ciudad es una interminable sucesión de bloques de estilo soviético, todos ellos iguales, construidos sobre las ruinas de la ciudad pues quedó completamente destruido tras la batalla. La casi totalidad de sus habitantes son ahora de origen ruso y el ruso es también el idioma que se habla aquí. Así que me fui al moderno centro comercial levantado en medio de la ciudad a comer algún plato típico ruso.
En el callejeo de la sobremesa he podido ver la iglesia ortodoxa de la Resurrección, construida en 1890 y que, como todo Narva, acabó en escombros. En 1986 se reconstruyó con el aspecto actual.
A pocos metros de esa iglesia, un puente sobre las vías une dos barrios de Narva. Me subo a él y veo gran parte de la playa de vías de la estación, con largas formaciones de mercantes en tránsito entre Rusia y Estonia. La estación, a la que llego poco después para tomar el tren de regreso a Tallinn, está solitaria y en el cielo comienzan a formarse nubes que presagian una tormenta al atardecer por el calor de la jornada.
La soledad del lugar invita a pensar en la gran cantidad de víctimas que se sacrificaron aquí para controlar un puente de ferrocarril. Tenerlo expedito suponía dar curso a muchos trenes con tropas y material bélico. Hoy sólo pasan por aquí turistas y trenes mercantes con productos rusos diversos, muchos de ellos destinados a la exportación desde puertos de Estonia.
Tengo el tren, que ya está preparado en el andén, casi para mí solo, aunque se irá llenando por el camino. Por eso aprovecho para hacer unas fotos de su pulcro interior. Nada que ver con las viejas unidades rusas que circulaban antaño por estas vías y que tuve ocasión de ver en un viaje anterior. Día de contrastes, entre la tragedia de hace 70 años y la paz de ahora. Una ciudad llena de rusos que es parte de la Unión Europea, donde puedes comer platos típicos de Rusia y pagar en euros. Un puente que entonces costó la vida de miles de personas y que hoy es sólo uno más de los que permiten el paso de trenes entre el Este y el Oeste de Europa. (MAM)