8 de septiembre de 2015

Viajamos en tren en una tierra sin trenes, que emula la superficie de Marte


Más de 300 km de vías ferroviarias surcaron estas tierras cuyo relieve abrupto ha sido tallado por la mano del hombre durante más de 5.000 años de explotación minera. Sus formaciones pétreas de piritas con cobre, hierro y otros minerales le dan al paisaje el aspecto de la paleta de un pintor. Y para dar realce a los colores, un río de agua rojizas tiñe el valle con aguas ácidas y densas de sulfuros con metales pesados. La condensación de tanto mineral y el movimiento de millones de metros cúbicos de rocas, peló tanto el paisaje que lo asimiló a la superficie de Marte, de forma tal que la NASA ha desarrollado aquí su proyecto de investigación espacial para la exploración de ese planeta de nuestro sistema solar. Este es el marco por donde hemos recorrido hoy 24 km por lo que queda de la extensa red ferroviaria que hasta 1984 surcó gran parte de la provincia de Huelva transportando mineral hasta los buques y, en algunos tramos, a viajeros de los pueblos, entre ellos y hasta la capital de la provincia. Con la vista puesta en la cercana mina de la Peña de Hierro y la de la Sierra del Padre Caro, donde nace el Río Tinto, describimos nuestro viaje ferroviario de hoy.

Hacía varios años que ansiábamos hacer este viaje al pasado poco conocido en España pero mucho fuera de nuestras fronteras. Llegar hasta aquí en tren es ahora imposible porque desde 1967 esa red ferroviaria quedó cerrada al tráfico de viajeros hasta que en 1984 fue desmantelada. La alternativa es viajar desde Sevilla en autobús de línea de la empresa Damas. A escasos seis días del cambio de horarios de verano a invierno ni los habían puesto en su web ni daban información en su teléfono de atención al cliente. Su servicio de respuesta por internet es tan malo que aún estoy esperando contestación a los mails. Finalmente aparecieron los horarios y hasta acá llegué a la población de Nerva, que hoy cuenta con poco más de 5.000 habitantes pero que en el pasado albergó a gran parte de la masa laboral de las minas, en las que llegaron a trabajar 20.000 mineros.


El cielo de Nerva estaba ayer tarde de un color plomizo que reventó en forma de tormenta. El aire quedó luego más fresco, olvidando los calores de la jornada tras la lluvia en gruesos goterones y el crujir de los rayos.


Nerva tuvo tren, del que ahora sólo queda su estación y algunos vagones. Pero los rótulos de sus calles lo recuerdan con orgullo tal como vemos en este azulejo de una calle con reminiscencias romanas. En otro momento volveremos sobre esta localidad y su entorno ferroviario. Vayamos al tren que funciona.

A poco más de un kilómetro de Nerva está el Centro de Recepción del Ferrocarril Minero de Río Tinto. Una Fundación se encarga de su conservación y de la explotación de todo el patrimonio histórico de la antigua mineria y su Museo. Y este ferrocarril es una joya en el entorno.





Recorremos a pie el kilómetro y medio desde el hotel familiar donde nos hospedamos en Nerva, dedicado al pintor Vázquez Díaz, hasta la estación del ferrocarril minero. Previamente habíamos reservado plaza en uno de los dos viajes diarios que realiza en esta época del año. Un público muy numeroso, en su mayor parte extranjero, llenó los tres coches de comienzos del siglo XX remolcados por una locomotora diésel hidráulica, Clase 500, de las muchas que poseyó este ferrocarril antaño. De no reservar en su momento se corre el peligro de no tener plaza pues la demanda es muy elevada. En nuestro caminar hacia el tren podemos conversar con un par de aventureros alemanes atraídos por la fama de este ferrocarril turístico. Ya anoche tuvimos que hacerles de intérprete en la cena en el restaurante del hotel. La carta española no siempre es de fácil compresión para unos alemanes.


Llega el tren desde el área de mantenimiento situada a poco kilómetros de aquí y maniobra la locomotora para invertir su posición a cabeza en el sentido de la marcha.



Al final de la vía en la estación hay una rotonda para invertir el sentido de la locomotora de vapor, pero ésta no se utiliza en verano.


Poco después el tren está preparado para partir y los viajeros bajan en tropel las empinadas escaleras hasta el andén.


No hay alternativa de accesibilidad para PMR lo que es una lástima. No sería difícil construir un acceso en rampa por el amplio espacio lateral que hay hasta abajo. En una instalación que recibe importantes aportaciones de dinero público de la Junta de Andalucía no puede justificarse esto.


Accedemos al tren cuando apenas han subido los primeros viajeros, pero en pocos minutos todas sus plazas se ocupan. Durante el viaje de ida hasta la estación de Los Frailes hay una explicación a cargo de uno de los guías, pero solamente en español. La mayor parte de los viajeros se quedan ayunos de tan interesante charla sobre el ferrocarril y los paisajes que recorremos. No hay una traducción en otros idiomas ni siquiera en unos pasquines. Pero debemos concentrarnos en recoger fotográfica y visualmente lo que pasa ante nuestros ojos. Y por lo que vemos merece la pena llegar hasta aquí.


Nos ponemos en marcha. Los coches de este tren bailan sobre los raíles métricos sin soldar, sobre traviesas de madera. No es posible alterar el pasado con soluciones más modernas y hay que acostumbrarse al traqueteo y al movimiento de la composición. Así se viajaba en tren hace años, cuando de día se agitaban los coches y de noche no había forma de conciliar el sueño.


Trazado parcial de la línea ferroviaria que iba desde Río Tinto hasta Huelva. En recuadro el recorrido que realiza el ferrocarril minero actual (Grabado del Museo Minero)

Vamos pegados al río por lo que desde el propio tren es posible ver el curso rojizo de sus aguas. El paisaje va cambiando, desde las montañas de mineral dispuestas en cono que encubre la tremenda cavidad de la explotación a cielo abierto, hasta la zona repoblada con pinares, único árbol capaz de tolerar la acidez de las tierras. Vamos a ir recorriendo en fotos ese trazado.



En la parte inicial del recorrido, el tren discurre por paisajes tan curiosos que, de no saber que estamos en la Tierra, parecería que nos hubiésemos trasladados al planeta Marte. Sólo algunos árboles ponen una nota de verdor en los tonos ocres de las tierras y el rojizo de las aguas.


Cuando el tren, en su lento caminar se acerca a la estación de Las Zarandas, comienza a aparecer material apartado en estado terminal, como si las vías hubiesen sufrido un bombardeo en plena guerra. Todo chatarra.





Me comentan que debe conservarse todo esto en ese estado y nada puede desguazarse. Son vestigios de un pasado brillante y su contemplación es como el que observa un yacimiento arqueológico.



Un día, la compañía que explotaba las minas se marchó y todo el material de transporte quedó varado en ese lugar como los ciudadanos de Pompeya quedaron petrificados en sus posturas habituales cuando la ceniza del Vesubio se cernió sobre sus cabezas.

Desde ese lugar, el cauce del río Tinto se agranda y sus aguas expandidas adquieren un color más rojizo aún tiñiendo también de ocre intenso las piedras descubiertas de su cauce.






De vez en cuando aparece el esqueleto de alguna instalación ferroviaria o de alguna estación sin uso. Algunas han sido restauradas, como esta caseta de señales y desvíos.

Tras 40 minutos de trayecto el tren llega al final del tramo en servicio: la estación de Los Frailes.


Allí el tren debe invertir la marcha por lo que la locomotora es desenganchada y puesta en el otro lado del tren. Mientras, los viajeros son invitados a descender hasta el cauce del río. "Por favor, no se salpiquen con el agua porque las ropas quedarán teñidas para siempre con las manchas de tantos minerales", advierte oportunamente el guía.


Más interés que bajar al río nos la produce la pasarela que cruza las vías convertida en puente de señales ferroviarias del antiguo sistema que utilizaron los ingleses en la gestión del tráfico ferroviario de la línea.


Volvimos por el mismo camino que a la ida y al filo de las tres de la tarde el tren llegaba al punto de partida, al final de cuyo andén se ve la pequeña aguada donde repostan las locomotoras de vapor. Aún queda mucho que ver sobre el ferrocarril en esta zona y las explotaciones mineras, pero eso será ya en el siguiente relato. (MAM)