6 de octubre de 2015

El ferrocarril protagonista de una huida desesperada (III): Belgrado, un día en el campamento de refugiados junto a la estación


Día 5 de octubre. Estación de Belgrado -que aquí vemos en la foto tomada con las primeras luces de ese mismo día. Son las 9,15 de la noche y mientras espero un tren nocturno para Sofia, en Bulgaria, llega un tren que apenas se divisa en la semipenumbra que inunda a esa hora los andenes de la estación. Desde el lugar en el que estoy situado observo una fila interminable de refugiados que buscan la salida en dirección al gran campamento montado en dos parques aledaños. Me acerco al tren: sólo tiene tres coches y viene de Skopje, la capital de la República de Macedonia. Parece inverosímil que los centenares de personas que comienzan a desfilar por el andén hayan venido en un tren tan corto y, encima, sin iluminación en los coches. La policía serbia, que está allí, no les pide documentación. Sólo los dirige hacia el cercano campamento. Ese tren, en su camino hacia Belgrado, ha pasado por Presevo, en territorio serbio pero muy cerca de Macedonia. Allí hay más de 4.000 refugiados que han llegado en tren desde Grecia esperando otros trenes para arribar a Belgrado. Un éxodo interminable. Nosotros también hemos llegado a Belgrado pero desde Budapest, atravesando la cruel verja que Hungría ha construido en su frontera con Serbia. Todo el día de ayer hemos querido pasarlo en el propio campamento a donde ahora se dirigían esos fugitivos de las guerras y de la pobreza. Y éste es el relato de un día muy intenso.


Serbia no es país rico. Ni siquiera pertenece a la Unión Europea. Pero está en medio del camino que miles de personas procedentes de Oriente Medio han escogido para llegar a los países más ricos de la UE. La Unión Europea ha visto cómo Hungría expulsó de su país a esos miles de personas y construyó en tiempo récord una valla metálica infranqueable de 175 km para bloquearles el acceso. Los refugiados buscaron otros caminos, a través de Croacia y Eslovenia, pero Serbia sigue estando en medio. Y aquí, en medio de su pobreza ciudadana, son bienvenidos y, tras la sorpresa y desorganización de las primeras semanas ha construido, con el apoyo de varias ONG, un centro de acogida en Belgrado.



Centenares de tiendas de campaña están diseminadas en los dos parques contiguos a la estación de tren y a la de autobuses de Belgrado. Aquí los refugiados que llegan en los trenes pasan varias días e incluso hasta un mes, mientras buscan la manera de seguir camino. Alemania es la meta deseada, pero no les será fácil llegar hasta allá: necesitan dinero y no todos lo tienen. Son conscientes de que no todos los países de la Unión Europea son receptivos y la hostilidad manifiesta de Hungría ha alterado sus ánimos y su camino. Por eso gritan lo que vemos en esta pancarta, plantada allí mismo.


Vienen de unas guerras y piden que se pare otra guerra, pero no la de sus países sino la que perciben en la Unión Europea. Lo que ellos han visto hasta ahora ha sido la valla metálica con la que Hungría ha interceptado su camino. Pero la UE es algo más que un país y la acogida está siendo positiva en el resto.

Bien temprano nos fuimos a esos campamentos. Queríamos hablar con ellos, saber sus procedencias, sus destinos, sus necesidades. Enseguida vimos que se ha levantado una cierta infraestructura para dotarles de agua, aseos, servicio médico y, lo que es más importante, comida asegurada durante el tiempo que estén allí. La gestión de esta última e importante tarea la lleva la ONG internacional Remar que cuenta en Serbia con una importante delegación. A su pabellón comedor-cocina nos digirimos para ofrecerles voluntariado por un día y rápidamente con un chaleco de la ONG, guantes y mascarilla tenemos asignado puesto en la cocina para hacer la comida y la cena y ayudar en su distribución y la de té, a lo largo del día. Unas 400 raciones se preparan cada jornada. Los productos llegan de la mano de voluntarios y ciudadanos que se acercan constantemente trayendo lo que pueden. Con eso y lo que aporta la ONG hay comida suficiente para atenderles.


Interior del pabellón comedor-cocina de Remar en medio de las tiendas de campaña. La foto está tomada por la mañana, cuando llegamos, y por la tarde ya habían donado más mesas





Servicios higiénicos, sanitarios y médicos puestos a disposición de los refugiados por el Gobierno de Serbia y el ayuntamiento de Belgrado


Reparto de ropa donada a los refugiados de estos campamentos

El flujo de personas es incesante. Me comenta Andrei, jefe de Remar en Serbia, que ahí están los que no tienen dinero y esperan alguna oportunidad de viaje para seguir adelante. Su tarea asistencial es enorme y los voluntarios que las atienden habitualmente se ven desbordados si no fuera por la ayuda espontánea de gente que se presenta allí con comida, ropa o a colaborar unos días o unas horas, entre los cuales nos encontramos nosotros también.


En este vídeo los vemos en una operación de reparto de agua en un puesto móvil situado en una de las acampadas de Belgrado.


Los niños son especialmente atendidos y aquí vemos a una de las voluntarias de la ONG con uno de ellos en brazos. Este crío es especialmente simpático y pasa sonriente de brazos en brazos sin conocimiento de la aventura que está viviendo hacia un futuro mejor.


Otros están aquí recibiendo ropa interior de manos de voluntarias de una iglesia cercana. La mayor parte de los refugiados que hay en estos campos de Belgrado son jóvenes y, casi todos ellos hombres. Sus familias han quedado atrás y esperan rescatarlas cuando su situación económica sea estable en el país que los acoja.

Pero la tarea más urgente cada día es darles de comer. Con los alimentos del fondo de la ONG y lo que van llegando constantemente de quienes hasta allí se acercan, se confeccionan dos comidas principales: arroz, verduras y pasta son los ingredientes casi diarios. Para acompañar todo eso, té en abundancia durante todo el día, pan, mantequilla, mermelada para todos y leche, galletas y chocolate para los más pequeños. Me dicen los voluntarios que el pan lo tienen asegurado cada día y que el resto, milagrosamente, va llegando con esfuerzo de ellos y donaciones espontáneas.


El reparto de comida es bastante ordenado como pude comprobar. Una olla de unos 100 litros y otra un poco más pequeña están en constante cocción. Aquí vemos la comida de ayer: arroz con verduras y atún. En la cena hubo sopa densa de pasta con verduras. Plato único aunque abundante. El pan engaña al hambre y el té ayuda a digerirla.


Había ya anochecido y quien les escribe, que también había aportado sus pequeños conocimientos culinarios para la comida, está aquí preparando la enorme sopa de la cena. Una pequeña aportación para un problema enorme que escapa ya a la capacidad de ayuda de las ONG y que ha hecho temblar a algunos gobiernos europeos. Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero, como dice el refrán.

Este compartir todo un día en un puesto tan sensible como es la cocina y el comedor en un campo de refugiados nos ha permitido conocer muchas historias viajeras de estos días, muy ligadas al ferrocarril, medio de transporte en el que también viajamos durante estas semanas, por diversos países de los Balcanes camino de la Turquía asiática, que es el lugar de entrada de estos refugiados desde los países vecinos.

Tal como lo hemos vivido lo contamos. Un capítulo muy distinto de los que hemos descrito en viajes de otras ocasiones. Pero ahora la urgencia está en los viajeros, en estos viajeros ferroviarios que huyen de guerras y miserias en busca de algo mejor. Quizá podamos ofrecérselo. 

Escribimos ahora desde Sofia, en Bulgaria, donde hemos llegado esta mañana en tren desde Belgrado. (MAM)